Publicado:30 oct 2025
La vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca parece haber puesto a la región en el foco geopolítico de Washington, aunque nunca ha estado realmente fuera de él.

«América para los americanos», declaró en 1823 el para entonces presidente de EE.UU., James Monroe. Era un mensaje para las potencias europeas, a las que se advertía que Washington no toleraría más colonizaciones ni «gobiernos títeres» en el continente, que ya en aquellas fechas había considerado como su área de influencia exclusiva.
Menos de un siglo más tarde, esa directriz había ascendido al estatus de doctrina y en 1904 fue complementada con el bien conocido corolario Roosevelt, que habilitaba al país norteamericano a «ejercer el poder policial internacional en casos flagrantes de tales irregularidades o impotencia», según reza un documento de la Oficina del Historiador del Gobierno de EE.UU.
En la práctica, esto supuso la intervención directa o indirecta de la Casa Blanca en los asuntos internos de las naciones latinoamericanas y caribeñas por decenas de veces. Aunque el ritmo se ha ralentizado durante el último cuarto de siglo y en general ha adoptado formas menos abiertas que el respaldo a golpes militares y las invasiones armadas, nunca ha desaparecido del todo. Antes bien, en el presente, parece estar tomando nuevos aires bajo el segundo mandato del presidente Donald Trump.
«Esa doctrina en los últimos 200 años tuvo muchos cambios, muchos corolarios, muchas interpretaciones y tiene que ver con lo que ellos consideran, un poco despectivamente, como el ‘patio trasero’, el ‘back yard’, en inglés. Es decir, la región en la que ellos dominan sin que nadie se pueda meter«, apunta el investigador argentino Leonardo Morgenfeld, autor del libro ‘Nuestra América frente a la Doctrina Monroe: 200 años de conflictos’, en el que expone los caminos sinuosos de la política exterior de la Casa Blanca para con la región, que, no obstante, convergen siempre hacia el planteamiento monroísta.
En este espíritu, si bien Trump centró sus arengas de campaña en «recuperar» una grandeza estadounidense que dio por perdida a causa de las políticas de sus antecesores, y en prometer que pondría fin a todas las guerras en el orbe, no abandonó del todo las apetencias sobre la región: se focalizó en cuestionar los esfuerzos de las naciones para controlar la migración irregular y el narcotráfico. Eso llevó a pensar, inicialmente, que América Latina no figuraba entre sus prioridades geopolíticas y que no habría sobresaltos ni grandes variantes en su enfoque de política exterior, en comparación con su primera gestión (2017-2021).


